Las sociedades son como organismos vivos que a menudo son propensos a infectarse de alguna creencia o ideología, que muchas veces son solo eso, una bacteria, un virus, un gas. Una de estas, disfrazada de ciencia, es la creencia de que las grasas animales, también conocidas como saturadas, son malas para la salud, en particular para el sistema cardiaco. Que el consumo de carne de origen animal tiene un impacto negativo en el ser humano. Nada más falso.
Esta fábula ha empezado cuando Ancel Keys, un fisiólogo americano que se propuso estudiar el porqué se producían las enfermedades del corazón en la población, enfocó su interés particular en las poblaciones europeas que vivieron luego de guerra (segunda guerra mundial). A partir de sus publicaciones se hizo popular el concepto de “dieta balanceada” y las ventajas de una “dieta mediterránea”.
Uno de estos estudios en particular mostraba la existencia de una correlación entre el consumo de grasas (saturadas) y la mortalidad por enfermedades del corazón en 6 países. Lo que no ha mostrado es la ausencia de correlación entre el resto de países analizados, en particular los europeos, como puede ver y entender cualquiera que no sea un estadístico. Muy al estilo de las noticias fábula de hoy en día, el astuto Ancel había ocultado información para conseguir sus propios y sórdidos objetivos, como una bacteria que causa una infección, ni más ni menos.
Lo lamentable es que a raíz de este bendito y sesgado gráfico se han tomado decisiones políticas respecto a la alimentación de la población, llevándolos en muchos casos a ser consumidores de fármacos y servicios de salud cuando no son necesarios. Sociedades enteras en muchos países del mundo a merced de la pseudo-ciencia y las agendas mórbidas. Cientos de miles de familias comprando mierdas para darles a sus hijos, cuando sus propios padres jamás habían consumido tal cosa y cuyas visitas y necesidades de servicios de salud, recientemente llamados derechos universales, eran cercanos a cero. Cero. Nada.
Usted no tiene que creerme. Sin embargo, le propongo un ejercicio. Seguramente en su familia ha oido eso de que los abuelos vivían mucho mejor y eran más fuertes y longevos. También esa cantaleta de que antes se vivía mejor en la naturaleza. Le diré algo, por supuesto que antes se vivía mejor sin toda esa mierda que la gente come hoy en día. Así que haga esto, pregunte a sus padres qué le daban de comer sus abuelos. Seguramente que no ha sido un cereal con leche DHT o una ensalada cesar de almuerzo.