Hace algunos días conversaba con unos amigos sobre las cosas en el mercado local y sudamericano. La explicación de todo es la pobreza. Cuando tu mente solo ha aprendido a ser pobre, todas tus decisiones en la vida se pueden intuir y se organizan de acuerdo a ella. Por ejemplo, compras pensando en cuanto gastarás en lugar de la cantidad, calidad de plano ni hablar, del producto. Debido a esto existen productos de 0.50, como esos diarios que también lees.
Esta mentalidad también sigue instalada al momento de endeudarte, o incluso cuando superas algunas vallas y decides hacer negocios o mejorar en algo. Es el caso de los terminales de auto-servicio que han llegado más por presión tecnológica que por deseo de mejora. Si te has dado cuenta estas soluciones, algunas armadas localmente, mal que bien funcionan y cumplen su objetivo, pero en lugar de que los directivos piensen en cómo hacer una mejor versión, se piensa que cómo hacer de papá protector y ayudar a esos pobres e indefensos seres humanos que son tus clientes o usuarios, así que ponen una chica para que lo haga por ellos y para arruinarle la vida laboral. Esas cosas pasan tanto en el centro financiero de las capitales como en el pueblo más lejano.
Parece que las empresas “priman el servicio” al hacer esas cosas, pero estas solo conducen a mantener el estado de las cosas: pobreza, y al mismo tiempo hablar de que el mercado no está preparado para nuevas tecnologías y que la transformación digital ya está andando.
Toda la historia de la humanidad está construida sobre mejoras sobre lo que se hace. La propia informática no es una magia que apareció y fue pensada y creada por algunos genios para formar una secta donde solo algunos podrán acceder, si no que ha sido producto de buscar más eficiencias en la industria. Una forma mejor de hacer las cosas, en este caso trabajar con los números.
Esa es la clave del desarrollo. No mierdas de ideologías o jugar a la ciencia y tecnología, que en sí es un producto de lo primero y no un fin por sí mismo. Incluso la ciencia base parte de querer entender mejor ciertas cosas para aprovecharlas, o superarlas, como ha sido siempre. Como han hecho los vikingos con la brújula, los chinos con la pólvora, los hispanos con la economía, los americanos entre otros con la informática.
Y esto se trata de decisiones sencillas que acarrean luego un gran número de eventos, generando más empleo, más conocimiento y más dinero. Mientras los mamertos marxistas quieren ver a la gente en su ficción de hombre de campo que se muere de frío, en otros lugares desde hace años se emplea riego tecnificado, maquinaria en lugar de bueyes, y ordenadores para controlar la temperatura de la casa. Nada “del otro mundo”, y es que la clave no es el dinero que gastas ni el que ganas, sino el tiempo que te tomas para hacer alguna cosa. Los que han entendido esto han intentado arreglarlo empleando un gran número de personas, pero lo más inteligentes han inventado el crédito, herramientas como el motor, salarios basados en hora de trabajo y no en cantidad producida (que premia al eficiente que puede hacer su trabajo en menos horas), diferentes técnicas que hoy se aprenden en alguna aula, etc; y que se sigue haciendo en un ciclo que no para. Para muestra un botón.